En días cómo hoy me gusta pensar
en la querencia de la vida, me refiero a la famosa pregunta ¿Qué quieres en la
vida?, que para algunas personas es muy fácil responder, pero para otras
resulta algo complicado o simplemente inexplicable.
Existe la querencia “simple-provincial”,
la cual consiste en ser feliz con la fórmula más antigua y que ha probado su
eficacia un centenar de veces: dejar de ser avaro en el sentido económico e
intelectual y dedicarse a establecer una familia, visitar y apoyar a los
parientes, profesar una religión, repetir la moral de los padres y la frase “la
familia es lo más importante”.
Otra parecida es el querer de la
vida “metrópoli-simple”, buscar un trabajo e ir ascendiendo hasta ocupar un
cargo de poder importante o con nombre rimbombante es una de sus
características. Mantener los valores “de casa”, sólo que con los ingredientes:
dinero + amigos + varios lugares dónde salir a divertirse + transporte a todas
horas. En pocas palabras es defender tu posición en la gran selva de concreto.
Aclaro que al escribir “simple”
no quiero decir que sean fáciles o menospreciarlas, todos los caminos tienen
sus dificultades y situaciones complejas, mas bien, admiro la simpleza con que
se mira la vida, los pequeños y comunes detalles que generan una sonrisa, yo
misma en algunas ocasiones he estado en ambas posiciones.
Otro querer en la vida es vivir
para el arte, por el arte y del arte. La posición a la que me gusta llamar “bizarra”,
ya que se necesita una buena dosis de valentía para dedicarte por completo a
hacer lo que más te apasiona con el riesgo de la pobreza, la compañía del
alcohol, las drogas y la vida en llamas.
A mí el querer de la vida me
parece complicado. Sería muy fácil moverme a cualquier posición, he tenido la
oportunidad con algunos pretendientes de ser parte de uno u otro, pero de
cualquier manera estoy inconforme. Pareciera que estoy buscando una felicidad
que aun no veo o que no sé explicar. Quién sabe, cómo todo lo demás, es una
tarea para el tiempo.